Uno de los principales propósitos o tal vez por el que es mayormente conocido el internet o la red es el libre manejo de la información. Lo anterior ha facilitado labores de aprendizaje e investigación, tanto académica como informal, y ha permitido también que cada vez más los seres humanos puedan acceder fácilmente a esa información que se considera de dominio público. Entre otros grandes acontecimientos a los que ha dado lugar el internet, y tal como señala
Adolfo Estalella en su artículo
From remix culture to collective creation, la Creación Colectiva ha re direccionado la manera en la que se concebía la producción simbólica, en este caso en particular.
Hoy día cada individuo que tiene acceso a la red puede participar activamente en la conformación de una nueva cultura que se propaga rápidamente. Tal como señala el autor en su texto,
“internet y las nuevas tecnologías digitales rompen con los limites materiales que encapsulan la cultura y abren un nuevo mundo de posibilidades al dar a los usuarios el poder de participar creativamente” (Estalella, 2005, p.188). Esto ha favorecido a que la oferta de obras culturales o simbólicas se triplique, y que los objetivos comerciales en los que se venían manejando dichas producciones cambien.
En realidad, el modelo de producción visto desde una intención económica enfrenta el objeto comercial tradicional de estas producciones culturales (que se buscan extraer beneficios financieros completos), con el nuevo modelo que propone un espacio de participación abierta en la que los usuarios pueden recrear obras en los que Estalella denomina como cultura del
remix.
Sin embargo, resulta paradójico apuntar que si bien uno de los objetivos de Internet es la libre circulación de la información, que se supondría debe ser veraz y comprobada, estas nuevas colaboraciones colectivas (unión de creatividad), que también son producto de la red, favorezcan a una problemática en aumento:
la desinformación.
En los últimos años han surgido una serie de obras que contribuyen al mal manejo que se le está dando a la información que circula en las redes; esta información puede llegar a ser de carácter privado y concernir directamente a los usuarios, que también hacen parte de la ecuación de la
Creación Colectiva. Grandes empresas, cuyo modelo de negocio depende de Internet,
han elaborado mecanismos para combatir la llamada desinformación, aun cuando es bien sabido por las audiencias y los mismos usurarios, que parte del negocio también depende el uso indiscriminado de la información privada de sus clientes.
Pero estas obras no solo se limitan a motores de búsqueda y redes sociales, sino a inteligencias artificiales contenidas o no en aplicaciones a disposición de una gran cantidad de usuarios. El Deepfake que contiene
FakeApp es un nuevo mecanismo que no solo se emplea para el deleite morboso de usuarios con amores platónicos, sino que contribuye a las también llamadas
Noticias Falsas.
“Cada vez son más los avances tecnológicos que permiten hacer que una persona haga o diga lo que sea” (Cellan-Jones, 2018).
Si bien, aunque existen quienes argumentan que esta misma inteligencia puede ser la solución al problema, es un área gris de la que poco se calcula el impacto que podría llegar a tener en la nueva forma en la que se está empleando y modificando la información hoy día. Afirman, pues, que la tecnología que emplean en la elaboración de estos nuevos mecanismos es mucho más sencilla que la que se debería emplear para detenerlos.
Retomando las reflexiones de Estalella, la nueva cultura que se estaría creando a partir de la
Creación Colectiva, puede ser una cultura que también destruya los objetivos esenciales del dispositivo que la hace posible, a no ser que esos objetivos nunca hayan sido aquellos con los que fue concebido dicho dispositivo.
“Los usuarios crean software y lo modifican” (Estalella, 2005).
Esta facilidad con la que los usuarios se pueden convertir en creadores potenciales permite reflexionar que el verdadero objetivo de las redes no es simplemente el flujo de información, sino pone dicha información en un estado flexible o manejable, alterable, lo que agrega una condición más su objetivo.
“La inmutabilidad y la inmovilidad de la cultura son destruidas por la aparición del universo digital” (Estalella, 2005).
Ya
José Luis Brea en su texto
El net.art y la cultura que viene había reflexionado sobre un aspecto importante de la red:
“La red no es un espacio de archivo; es de actuación” (Brea, 2003, p.58), lo que permite reforzar la idea de que más allá del simple hecho de circular información, las nuevas redes permiten reconfigurar o moldear nuevamente la cultura que allí se contiene, y que esto último es esencial para su correcto funcionamiento.
Organizaciones mundiales que poco tiene que ver su rol con Internet como la
UNESCO, han elaborado campañas para que los lectores sean más escépticos a la hora de leer información en la red, y educar a profesionales en la educación para la enseñanza en el buen manejo del Internet. Otras páginas y cuentas electrónicas ofrecen servicios para la correcta verificación de la información que transita, aunque dichos esfuerzos, a mi juicio, resultan infructuosos, pues la red avanza a tal velocidad y la cultura se ha reconstruido de tal modo que se vuelve imposible detener los avances que en ellas tienen lugar; similar a la reflexión de que la misma tecnología que ha creado el
Deepfake puede acabar con este mecanismo, cuando no parece ser una solución esperanzadora.
Por supuesto, se vuelve urgente poder limitar el campo de acción, si es que existe forma de hacerlo, ya que la información manipulada o malintencionada puede conducir a los usuarios y a los lectores, como distingue Estalella, a una problemática social que puede incluso afectar el manejo y funcionamiento que se le da a la red.